¡No autorizo!, dijo el cuerpo

Si esto fuera una charla frente al público, tendría una bolita extraña entre mis manos; una bolita que emite calor y que hace que no se contraigan los vasos sanguíneos para que la sangre llegue a todos ellos. Tendría que usarla porque el salón tendría aire acondicionado a todo mecate, como suele suceder, y yo padezco del síndrome de Raynaud. Por eso tampoco conoceré la nieve, ni podré subir al Chirripó (aunque honestamente no hubiera ido de todas maneras).

Las cosas no siempre fueron así. El Raynaud se manifestó en septiembre de 2020, gracias a que ya no vivía en las excesivamente calurosas tierras alajuelenses y la casa en la montaña no tenía agua caliente en el fregadero. Apareció de pronto y fue horroroso. Sentir los dedos congelándose y verlos tornarse blancos poco a poco sin saber por qué, fue aterrador. Después de un segundo episodio un par de días después, con una búsqueda bien hecha en Google di con el diagnóstico. Después, el menú de padecimientos atendidos por quienes se anuncian en Hulihealth me llevó a un especialista en vascular periférico. Descartado, no era por ahí. Seguí con el Dr. Bucknor (un internista que es el equivalente a Dr. House) y fue él quién entendió qué pasaba: después de los 40, el Raynaud secundario puede ser indicador de Lupus y sí, los análisis mostraron que eso era. En mi caso, fui lo suficientemente afortunada como para encontrar el Lupus a tiempo, antes de que hubiera dañado algún órgano.

¿Y cómo se come esto? Con calma, disminuyendo las fuentes de estrés y con medicamentos que le ponen un estate quieto a mi sistema inmune. Afortunadamente, con dosis muy pequeñas, he reaccionado bien y estoy estable, con mínima inflamación, aunque ha habido algunos episodios difíciles (post-vacuna para COVID, por ejemplo, o después de recibir exceso de sol).

¿Ha sido difícil? La mayor parte del tiempo no, porque por un lado la pandemia me obligó a quedarme en casa bajándole la velocidad a mis múltiples proyectos y voluntariados, y por el otro, porque apenas antes de saber todo esto me encontré al mejor compañero de viaje que podía haber imaginado. De hecho no, no podía imaginar que alguien así existiera, ni que la vida en pareja podía ser lo que ahora vivo todos los días. Y en lo laboral tampoco fue tan difícil mientras nos convertimos en bichitos virtuales y pude hacer prácticamente todo lo que hacía antes desde la casa. Es difícil ahora, porque ya no soy la misma de antes ni quiero ser la misma de antes. El Lupus saltó a la vista mientras llevaba a cuestas un proyecto hermoso en el que yo era coordinadora, comunicadora, metodóloga, organizadora, facilitadora y coach: la mujer orquesta. Y no quiero ser la mujer orquesta, aunque los cronogramas imposibles no den tiempo de delegar ni aunque mis competencias me lo permitan. Ha llegado el cuerpo a decir: ¡No autorizo! Y creo que eso me ha salvado la vida en muchos sentidos más allá de la enfermedad.

¿Hay ganancias? ¡Las hay! Además de la calma, mis alergias que no eran alergias y mi dermatitis que no me dejaba en paz ya no me acompañan. Todo parece indicar que detrás de todo siempre anduvo el Lupus y según yo (y ya lo dice alguna ciencia) todo empezó después de una infección con un virus que prácticamente todos hemos tenido pero que a algunas poco afortunadas personas nos generó fatiga crónica. Antes de los 21 o por ahí, podía usar cualquier ropa que me gustara. Usaba aretes de bambú de cuarenta y nueve sesenta y cinco en promoción, anillos de latón y una blusa roja brillante 100% poliéster que me encantaba ponerme cuando iba a bailar a Member’s en el Centro Colón. Un día de tantos, no más.

También hay otra ganancia, quizás de la pandemia, quizás de mi autocuidado: ¡terminé la carrera de psicología! Desde hace algún tiempo sentía ya que en alguna esquina había doblado para regresar, pero no había tenido el tiempo para dedicarlo a una tesis de licenciatura. Tal vez fue el concepto de seguridad psicológica y su importancia para la innovación, los artículos que todos los años reviso para actualizar mi curso sobre creatividad o mi reciente preocupación por las vivencias de las personas neurodiversas en los espacios laborales, pero el caso es que encontré el tiempo y el espacio para entrarle a la tesis. Así que convoqué a un amigo de la universidad que también tenía pendiente el proyecto y nos lanzamos. El resultado me encanta, porque estudiamos 13 procesos de decisión de rotación laboral voluntaria que ocurrieron en el contexto de pandemia, buscando si las dimensiones del Bienestar Psicológico estaban presentes en los relatos. Además, identificamos los enfoques de liderazgo predominantes y algunos elementos que favorecieron la rotación laboral.

Así que ahora empieza una nueva etapa en la que voy a estudiar mucho más para diseñar un portafolio de servicios distinto, en el que la psicología tendrá un papel central. También quiero dar más clases, ¡invítenme a sus clases! y pienso iniciar grupos de mentoría para personas que no logran sentirse bien en sus espacios laborales post-pandemia (aunque llamarle post es pura y llana negación). En cuanto a innovación, seguiré disponible para apoyar en áreas de cultura de innovación e intraemprendimiento, con un enfoque muy centrado en las personas y en la inclusión de todo tipo de ellas. También quiero entrarle más a la investigación para experiencia de cliente, pero voy con calma, cuidando mucho el balance y anotándome siempre como primer punto del backlog.

Y a ustedes, ¿qué les pasó en la pandemia?

Amanecer en San Vito de Coto Brus